PEREGRINOS LH
No hemos andado todos los caminos, pero,
estamos en el camino..
Las Manos de Mocho
Son apenas 3 centímetros de plástico, se pasa de peregrino en peregrino y simbolizan la fraternidad en el Camino de Santiago
Ni se compran ni se venden. Se dan a aquellas personas que te encuentras en el Camino y te marcan. Y se entregan en medio de las manos en el momento de estrecharlas. No tienen valor monetario. Pero desde el año 1999 se han repartido más de 800.000.
Su artífice es José Sanchís, más conocido como Mocho, natural de Onil (Alicante), “la cuna de las muñecas”. Precisamente en una de esas fábricas de sueños infantiles –la de Famosa- trabajó toda su vida. Y de ahí, su afición por fabricar estas pequeñas figuras que llenan de camaradería el Camino.
Mocho descubrió el Camino, como tanta otra gente, en el año 1993, en pleno Xacobeo. Las etapas recorridas a pie entre Astorga y Santiago lo marcaron para siempre. Hasta tal punto que seis años después decidió repetir. Esta vez solo. O no tanto.
Porque en esa segunda incursión en el Camino lo acompañaron unas pequeñas manos de plástico que realizaba por hobby en su casa y que repartía a los niños con los que iba de campamento. Y decidió compartirlas con aquellas personas que hicieron que en su ruta nunca estuviese solo, iniciando una bonita costumbre que se mantiene hasta hoy. “La mano no se compra ni se vende. Se regala a esa persona que te encuentras en el Camino y tiene algo, una sensibilidad especial que no se puede definir”, nos explica Mocho mientras elabora una nueva hornada de sus manitas.
“Casi dos décadas después, la gente sigue pidiéndomelas y regalándolas. Aparentemente son un pedazo de plástico sin valor. Pero tienen algo que hace feliz a los demás. Y eso me provoca una gran satisfacción”, asegura. Porque las manos del Camino no son un souvenir o un artículo de merchandising. Ni se venden, ni se compran. Y Mocho lo explica así: “La mano no vale nada. Porque la amistad no tiene precio”.
“El Camino es acogimiento y calor humano. Nunca vas a estar solo”
Aunque Mocho dice sentirse rico y afortunado. Porque a lo largo de los nueve Caminos que ha realizado, ha cultivado muchas y buenas amistades. “El Camino es acogimiento y calor humano. Nunca vas a estar solo”, asegura un Mocho que, a pesar de todo, dice preferir andar en solitario.
“El Camino es sentirte a ti mismo. Cuando tú caminas solo, hablas contigo, te escuchas y te quieres”. Así, Mocho destaca los momentos de soledad en el Camino. Unos momentos que son necesarios para saber valorar los distintos encuentros que te brinda la ruta. A veces son peregrinos. Otras, gente de los albergues o hospitaleros. Y otras, simplemente gente del Camino: un pastor que te ofrece agua, una señora mayor que te da ánimos en el peor kilómetro del día…
De los muchos momentos de amistad que vivió en el Camino, Mocho se queda con aquella que lo llevó a no abandonar su particular fábrica de sueños. Fue en Sarria, tras adelantar a un matrimonio con un niño con síndrome de down.
Echó la mano al bolsillo y le regaló al pequeño una de sus manos sin que este se atreviese a decirle nada. Tres kilómetros más adelante, en un alto en el camino, Mocho volvió a encontrarse con la familia. Y cuando el niño lo vio, se lanzó a sus piernas y lo abrazó. “Fue tan bonito que acabé llorando con sus padres de la emoción.
Momentos como este te hacen ver que un cacho de plástico tiene el valor que cada persona quiera darle. Y desde aquel día, cada vez que alguien me pide que le mande manos de la amistad, no lo pienso: apunto su dirección y hago el envío”, concluye.
Vivencias así han llevado a que las manos de la amistad hayan evolucionado hasta convertirse en manos solidarias. Desde hace unos años, las manos que fabrica Mocho ayudan a pintar el camino de rosa a niños con cáncer.
Se trata de una campaña solidaria llevada a cabo por Aspanion (Asociación de Padres de Niños con Cáncer), cuyo símbolo son las figuras de Mocho. Una relación que nació, precisamente, en el Camino, cuando Mocho conoció a una de las responsables de la asociación: Amparo.
Desde entonces las manitas ponen color a muchas actividades de estos niños y dan vida al libro Pintando el Camino en rosa, en el que se cuenta la historia de las manos de la amistad y que permite a la gente que lo tiene convertir su propia palma en una manita solidaria.
Las manos de Mocho son solo una prueba más del valor de la amistad en el Camino. Porque las tengamos o no, lo cierto es que uno de los mayores regalos que nos ofrece la peregrinación a Santiago es, precisamente, poder compartirlo con otras personas.